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ENTRE LÍNEAS

Acariciar el sol sin quemarse, soñar sin despertarse

Acariciar el sol sin quemarse, soñar sin despertarse<p>

Tras un largo trayecto sobrevolando las frías y extensas aguas que dividen nuestro mundo en dos, aterrizamos por fin en el destino ansiado durante tantos momentos de estrés laboral: Punta Cana. A pesar de las interminables horas de vuelo unidas al desfase horario y del agobiante calor acrecentado por la extrema humedad del ambiente, el cansancio desaparece de un plumazo con el primer contacto con la isla caribeña. Las agujas del reloj quedan totalmente paralizadas y el control temporal se torna baladí ausentándose de nuestras mentes minuciosamente programadas. Disfrutar es el único fin de los próximos días, dejando a un lado los agrios menesteres que enturbian nuestras vidas en la caótica ciudad e introduciéndonos en un paraíso de evasión absoluta cuyas principales facciones son playas de arena blanca bañadas por aguas azul turquesa, quizá carentes de la perfección reflejada en las fotografías que nos muestran las guías de viajes, pero deslumbrantes y embriagadoras, con matices que únicamente pueden captarse por la presencia de nuestros cinco sentidos sumidos en la más extrema desinhibición. El mágico ron macerado artesanalmente en las bodegas dominicanas fluye a cada instante por los cuerpos, cual glaciar en el deshielo, haciendo aún más idílico, si cabe, el panorama que nos rodea: esculturales sirenas de piel dorada se contonean al son de los leves y relajantes aleteos de las palmeras, instintos desbocados desencadenan coincidiencias inesperadas cuya intensidad escapa a la razón, la constante luminosidad oscurece dulcemente nuestra piel y aclara amablemente nuestro interior, explosiones de exorbitante amistad elevan el alma al cielo…Entonces, cierras los ojos...y acaricias el sol sin quemarte, sueñas sin despertarte...

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