Amsterdam: días bohemios, ardientes noches

El armónico y silencioso pedaleo de infinitos ciclistas desplazándose imperceptibles por la ciudad constituye la banda sonora con la que arranca el amanecer de Amsterdam. Casas de cuento, edificios sublimes de ingente belleza, majestuosos museos repletos de peculiares retratos del mundo fotografiados con pincel de dioses, canales de aguas mágicas y la sosegada calma del ambiente esbozan el paisaje central en el que se desarrolla la historia diaria de un paseo por la ciudad de los tulipanes, de los zuecos de madera y el delicioso queso. Sus protagonistas, en contraposición al típico tópico de persona nórdica fría y seria, dibujan grandes sonrisas al dirigirse a los turistas al explicarles la ubicación de un lugar concreto o contarles algún detalle importante sobre la ciudad, muestra de una entrañable amabilidad. El intenso olor a cómida rápida de lo más variopinto que se extiende al mediodía, característico de cualquier otra ciudad moderna, pronto deja paso a un embriagador aroma a finas hierbas al atardecer, mostrando el camino, en forma de bienestar y felicidad, a la ardiente noche. Con la marcha del sol, las calles van enrrojeciéndose cual pasión que aumenta en el amor, dando rienda suelta al deseo sexual, a la muestra libre y sin tapujos de la más pura sensualidad. En un sólo instante, como todo lo bueno, parece marchitarse esta viva flor con la vuelta a casa, la cual, sin embargo, está acompañada de un magnífico sabor de boca, el de haber degustado en una nube un suculento manjar: el inolvidable bocado al pan de la libertad.
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Hugo -
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Ana -