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ENTRE LÍNEAS

Viajes

Bélgica, dulce travesía

Bélgica, dulce travesía<p>

9:32. El tren procedente de Charleroi llega milimétricamente puntual a la estación central de Bruselas. De forma instantánea, los ojos clavan su mirada en los escaparates plagados de bombones de un sinfín de formas y colores, las aletas nasales se abren para deleitarse ante el dulce aroma del chocolate que parece ser la base de la construcción de los hogares belgas. Ríos de cerveza, procedentes de más de 200 afluentes con texturas y matices diversos, conducen hasta el mar central, la Grand Place, imponente y cautivadora. Un bullicio sumergido. Una calma desenfrenada. Un punto ejemplar de civismo, educación, evolución. Punto de unidad europeo y mundial, no deja al menos en su exterior, señal alguna de la tensión que acumula como lugar de reunión y toma de decisión.

Irremediablemente te emBRUJAS...

Irremediablemente te emBRUJAS...<p>

Sus calles no dan tregua. Empujan a soñar, impulsan a imaginar. El leve sonido de las hojas de los árboles movidas por la brisa se hace perceptible en este lugar, tan especial que, por momentos, no parece ser real ni parte del caótico y estresante mundo en el que vagamos. El pausado trote de robustos caballos aviva el oído y enmarca este paisaje surgido del pincel de la magia, del lápiz de la paz. La ausencia casi absoluta de automóviles es una seña de identidad, un proceso necesario para conservar intacto el encanto de esta ciudad. Cualquier bocado sabe a gloria sentado a la orilla de un canal, sin necesidad de recurrir a ningún lujo más, y es que más lujo no hay que su impetuosa calma disfrutar. 

...con su eleGANTE frescura

...con su eleGANTE frescura <p>

Presidida por un castillo medieval, perfectamente ideado para el comienzo de una aventura de héroes y dragones, nos adentramos en la explosión de frescura de Gante. Un cuarto de sus ciudadanos son estudiantes, aspecto suficientemente explicativo para imaginar que no falta marcha, no se echa de menos movimiento y agitación. Cómo flechas algún día se pudieran aquí cruzar, miradas furtivas lo hacen ahora sin cesar. Dan ganas de volver a estudiar, sí, la verdad. En este contexto parecen desaparecer los nervios previo exámenes, las duras noches en vela entre líneas y números. Como ya no daremos marcha atrás, conformarnos con este nuevo paseo por la universidad es ideal. 

LONDRES: Un puente entre culturas

LONDRES: Un puente entre culturas

Caminar por Londres es pasear por diversas ciudades que se agolpan en un mismo espacio, variopintas culturas que confluyen en este punto del Reino Unido, un lugar donde el color de la piel o la vestimenta se torna baladí. Cada uno es aquí uno más, con sus peculiaridades, pero uno más. Pasar inadvertido en un lugar ajeno no es sino un síntoma inequívoco de respeto e integración, símbolos de una sociedad avanzada en la que decimos encontrarnos. Y bien sabemos que no siempre este término se emplea con propiedad.

Colosales edificios muestran la majestuosidad de una ciudad que ha sabido mantener intactas sus raíces a la par que ha comprendido que las nuevas semillas otorgan aún más grandeza a su futuro. La perenne oscuridad del cielo londinense no perturba ni un ápice la belleza innata del imponente London Bridge, un puente que parece unir con su luz el espacio y el tiempo en un mismo punto. La puntualidad inglesa tiene su reflejo en las gigantescas agujas del reloj del Big Ben, siempre vigilado de reojo por London Eye, cuyos leves movimientos circulares no cesan nunca y marcan el ritmo de los viandantes al desplazarse por la ciudad. En Westminster Abbey el tiempo se encuentra detenido en el momento en que muchos años de minucioso trabajo llegaron a su fin.

Resulta muy llamativo el silencio que envuelve a la gran cantidad de gente que se agolpa en los eternos mercados londinenses, una multitud silenciosa que produce una extraña calma en un contexto que habitualmente resulta estresante. Los puestos muestran al público todo aquello que uno pudiera pensar que se compra y se vende: antigüedades de incalculable valor, curiosidades jamás vistas antes, ropas con personalidad única, a estrenar o previamente usadas, comidas para todo tipo de paladares, aromas procedentes de cualquier rincón de la tierra.

Hyde Park abre un espacio al placer de los pulmones y una ventana al pasear de nuestra imaginación. Como inmersos en un cuento nos adentramos en sus extensas praderas de íntenso verde, signo de vida. Las ardillas corretean en busca del premio de los turistas a cambio de su sonrisa, dificilmente evitable. Un espacio libre que por un momento parece no encontrarse en el interior de una gran ciudad. Libertad también para las palabras, para las quejas, enmarcadas en el elocuente Speaker Corner.

Lujo y luminosidad abrazan al centro de la ciudad. Trafalgar Square parece renovarse a cada instante como el agua que fluye de forma constante de sus fuentes. La noche parece serlo menos en Piccadily Circus, un rincón de brillo y color que despierta el ánimo y hace gritar a nuestras pupilas. Ríos de cerveza corren por el interior los pubs, donde entonamos un brindis por estar aquí y en cualquier parte, en un punto de muchas miras, sumergidos en un paseo por el mundo.

París, le belle ville

París, le belle ville <p>

Destino imprescindible marcado en sinfín de itinerarios de rutas recomendadas, ciudad inspiradora de bellos versos e intensas prosas, musa de artistas de diversa índole, lugar que inunda de emoción las bocas que describen el recuerdo de su visita a París, le belle ville. Con estas premisas, se antoja ineludible un viaje para comprobar con ojos vírgenes tales manifestaciones. 

Cada uno de nuestros parpadeos desvela una imagen merecedora de ser captada por una fotografía que plasme lo que se presenta ante nosotros. La majestuosidad invade cada uno de los rincones, desde sus monumentales edificaciones hasta los más ínfimos detalles. No apta para vagos, los eternos paseos que alternan inabarcables avenidas con estrechas callejuelas, se hacen más amenos gracias a los constantes regalos visuales que nos relajan por dentro y nos deleitan por fuera.

 

Se perciben llamativos contrastes que avivan nuestros sentidos. Tras caminar por zonas tan diáfanas y amplias que son imposibles de contemplar en su totalidad, paramos en un restaurante parisino donde las mesas se ubican tan próximas unas de otras que con extrema facilidad podríamos probar del plato del comensal de nuestro lado. Aunque sí, mejor degustar nuestro propio menú. Todo a un módico precio, módico para bolsillos selectos. Podría decirse que nos sentimos en lugar íntimo, sin ninguna intimidad.

 

Sin obviar las citas de rigor con la embriagadora Notre-Dame, la amante metálica Eiffel y el imponente Sacré Coeur, quizá el punto álgido esté constituido por el mágico Sena. En sus orillas se descorchan botellas de buen vino al son de sosegadas conversaciones, enmarcadas por el fluir de aguas que entonan paz y calma. Los atardeceres en sus inmediaciones desencadenan explosiones de júbilo y sellan uniones eternas.

 

Un molino rojo marca el rumbo nocturno. Con reflejos de un turbio pasado y destellos de un presente próspero, dirige los destinos de personas procedentes de mil y un lugar. En sus alrededores el sexo se exhibe sin tapujos, síntoma de que aquí, como en cualquier otro sitio, somos esclavos del placer. Grata esclavitud. Y en el molino rojo de antaño se trasforma la habitación minúscula pero rebosante de pasión en la que nos alojamos… Buenas noches. Je t’aime!

BERLÍN: Una ventana a la historia, una puerta a la modernidad

BERLÍN: Una ventana a la historia, una puerta a la modernidad <p>

Las minuciosas y detalladas reconstrucciones de la ciudad llevadas a cabo tras la guerra no ocultan por completo las secuelas dejadas por los bombardeos y la metralla. Cada uno de los rincones de la ciudad huele a historia, a una historia que tras largas luchas y demasiado sufrimiento, ha tenido un final feliz. Es ahora Berlín un lugar idóneo para la espontánea e imparabale creatividad, para la calma y el sosiego, para el collage de culturas, para el intercambio respetuoso de ideas.

Bajo la perspectiva de una cámara digital en opción blanco y negro, parece oírse el ensordecedor sonido de un avión surcando el cielo buscando el blanco donde descargar su misil, el eco silencioso de una metralleta después de vaciar hasta la última de sus balas, las aseveraciones autoritarias de un pequeño individuo con ingente maldad, los gritos del impotente padre que ve desvanecerse la figura de su hijo a lo lejos…

 

Ahora la visión se torna colorida. Una familia surca las calles con la más absoluta tranquilidad, un ciclista cruza con total naturalidad por el lugar donde un frío muro dividía represivamente la ciudad en dos, dos enamorados de distinta raza se besan efusivamente aportando una pizca de calor al gélido ambiente, un adolescente da vida con su graffiti a una gris y triste pared…

 

Quizá consecuencia de la ausencia de libertad que maniató a la ciudad durante tanto tiempo, sea el atrevimiento que ahora envuelve el ambiente berlinés. Atrevimiento en la forma de vestir, en la decoración, en la alimentación, en la música…Todo vale. Mezclar, combinar, reutilizar. ¿Porqué una antigua fábrica no puede convertirse en un bar de copas? ¿Por qué un viejo neumático no puede ser ahora un original asiento? ¿Por qué una vieja Iglesia no puede transformarse en un peculiar restaurante?

 

Es Berlín un barco que estuvo a punto de zozobrar. Pero no se hundió y, ahora, surca los mares de la modernidad viento en popa a toda vela. Tal vez, sin un rumbo determinado, pero un rumbo libre, un rumbo elegido por la certeza del corazón y no por el azar de la sinrazón.

Acariciar el sol sin quemarse, soñar sin despertarse

Acariciar el sol sin quemarse, soñar sin despertarse<p>

Tras un largo trayecto sobrevolando las frías y extensas aguas que dividen nuestro mundo en dos, aterrizamos por fin en el destino ansiado durante tantos momentos de estrés laboral: Punta Cana. A pesar de las interminables horas de vuelo unidas al desfase horario y del agobiante calor acrecentado por la extrema humedad del ambiente, el cansancio desaparece de un plumazo con el primer contacto con la isla caribeña. Las agujas del reloj quedan totalmente paralizadas y el control temporal se torna baladí ausentándose de nuestras mentes minuciosamente programadas. Disfrutar es el único fin de los próximos días, dejando a un lado los agrios menesteres que enturbian nuestras vidas en la caótica ciudad e introduciéndonos en un paraíso de evasión absoluta cuyas principales facciones son playas de arena blanca bañadas por aguas azul turquesa, quizá carentes de la perfección reflejada en las fotografías que nos muestran las guías de viajes, pero deslumbrantes y embriagadoras, con matices que únicamente pueden captarse por la presencia de nuestros cinco sentidos sumidos en la más extrema desinhibición. El mágico ron macerado artesanalmente en las bodegas dominicanas fluye a cada instante por los cuerpos, cual glaciar en el deshielo, haciendo aún más idílico, si cabe, el panorama que nos rodea: esculturales sirenas de piel dorada se contonean al son de los leves y relajantes aleteos de las palmeras, instintos desbocados desencadenan coincidiencias inesperadas cuya intensidad escapa a la razón, la constante luminosidad oscurece dulcemente nuestra piel y aclara amablemente nuestro interior, explosiones de exorbitante amistad elevan el alma al cielo…Entonces, cierras los ojos...y acaricias el sol sin quemarte, sueñas sin despertarte...

Amsterdam: días bohemios, ardientes noches

Amsterdam: días bohemios, ardientes noches<p>

El armónico y silencioso pedaleo de infinitos ciclistas desplazándose imperceptibles por la ciudad constituye la banda sonora con la que arranca el amanecer de Amsterdam.  Casas de cuento, edificios sublimes de ingente belleza, majestuosos museos repletos de peculiares retratos del mundo fotografiados con pincel de dioses, canales de aguas mágicas y la sosegada calma del ambiente esbozan el paisaje central en el que se desarrolla la historia diaria de un paseo por la ciudad de los tulipanes, de los zuecos de madera y el delicioso queso. Sus protagonistas, en contraposición al típico tópico de persona nórdica fría y seria, dibujan grandes sonrisas al dirigirse a los turistas al explicarles la ubicación de un lugar concreto o contarles algún detalle importante sobre la ciudad, muestra de una entrañable amabilidad. El intenso olor a cómida rápida de lo más variopinto que se extiende al mediodía, característico de cualquier otra ciudad moderna, pronto deja paso a un embriagador aroma a finas hierbas al atardecer, mostrando el camino, en forma de bienestar y felicidad, a la ardiente noche. Con la marcha del sol, las calles van enrrojeciéndose cual pasión que aumenta en el amor, dando rienda suelta al deseo sexual, a la muestra libre y sin tapujos de la más pura sensualidad. En un sólo instante, como todo lo bueno, parece marchitarse esta viva flor con la vuelta a casa, la cual, sin embargo, está acompañada de un magnífico sabor de boca, el de haber degustado en una nube un suculento manjar: el inolvidable bocado al pan de la libertad.