Humildes príncipes, nobles campeones

El título de Campeones del Mundo, el Premio Príncipe de Asturias del Deporte, elogios por doquier de plumas y autoridades nacionales e internacionales, efusivos y eufóricos abrazos, sonrisas de oreja a oreja, saltos de alegría... Son los galardones materiales unos, inmateriales otros, otorgados estos días a la selección española de baloncesto. Sin duda, merecidos. El objetivo de este breve y sincero aplauso impreso que emprendo con estas líneas no es aportar nada nuevo a lo ya escrito sobre nuestros héroes, sino plasmar mi particular visión del por qué de este triunfo, dejando a un lado tácticas y estrategias, ya perfectamente esbozadas por expertos reales en la materia, y buscando una explicación más humana y próxima. El secreto de este equipo tiene su origen en la unidad, en constituirse en pandilla de amigos antes que en equipo, en bromear antes que competir, en ayudar antes que sobresalir, en observarse a sí mismos como personas y no como estrellas. Esta amistad fraguada en el vestuario tiene su reflejo en la cancha, donde nadie es más que nadie, donde todos, sin excepciones, sudan la camiseta sin tener en cuenta el nombre que portan en la espalda, el equipo del que proceden o el número de ceros que adorna su cuenta bancaria. Es obvio que no carecen de una gran calidad técnica y una perfecta formación física, pero es esta humildad lo que les hace enormes. Cuando un guiño se transforma en tiro libre, cuando una sonrisa se convierte en dos puntos, cuando un abrazo equivale a un triple... es porque, sencillamente, nos encontramos ante un conjunto de humildes príncipes, de nobles campeones.
2 comentarios
Nacho -
No les vendría mal a los de fútbol tomar buena nota de ellos...
Diego -